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En las artes marciales, la meditación sobre las acciones pasadas nos conduce a la habilidad y destreza en acciones futuras

Matsutatsu Oyama y su costumbre de afeitarse la cabeza

Desde hace tiempo los amigos de Mas Oyama sabían de sus excentricidades, eran conocedores de su afán por la superación personal. Un día se reunieron como de costumbre en un parque de Tokio, al verlo llegar se dieron cuenta que iba con la cabeza totalmente afeitada.

¡Mas! ¿qué ha pasado?, ¿te vas a retirar a un monasterio para estudiar Zen?

Mas recordaba sus tiempos de infancia, al notar su cabeza libre de pelo. Era como volver a ser ese niño que está dispuesto a iniciar un nuevo aprendizaje.

Ya veis – dijo riendo -. Creo que ha llegado el momento de emprender un nuevo rumbo. Me iré a la montaña para estudiar a fondo mi karate. No me volveréis a ver hasta que mi pelo vuelva a crecer, y me llegue a los hombros.

Aunque los amigos de Mas seguían bromeando, sabían que cuando tomaba una decisión, era capaz de superar cualquier reto.

Pasados un par de días, Mas cargo su mochila y emprendió su aventura en busca de un lugar aislado en plena natura.
Estaba anocheciendo y vio un bosquecillo, en medio de este había un claro. Le pareció un buen lugar para instalar su campamento. La reluciente luna parecía darle la bienvenida, y el ruido de una cascada cercana, le daba una sensación de tranquilidad.

Siendo una fría mañana de primavera, Mas observaba el entorno y vio que la naturaleza le ofrecía material para iniciar su entreno. En primer lugar escogió un árbol joven para iniciar su trabajo de endurecimiento. Colocándose en posición de kumite, flexionando sus rodillas y centrándose en su objetivo, lanzo un movimiento circular con su pierna, golpeando con la tibia al tronco que tenía delante. El impacto realizado le hizo apretar sus mandíbulas, para ahogar ese grito de dolor. Se dio cuenta que su preparación sería dura y exigente para conseguir su objetivo.

“Tendré que trabajar mucho más de lo que creía”.

La cascada cercana a su campamento, también era parte de su acondicionamiento. En ella meditaba cada día, soportando el duro impacto de su caída, controlando ese frio que entumecía sus músculos.
 Los días iban pasando y Mas quería aprovechar cada momento para ir mejorando. El calor que ahora reinaba volvía a ser otra variante para afrontar nuevos retos.

Creo que hoy la temperatura subirá bastante – se dijo mientras todo su cuerpo estaba cubierto de sudor. Tengo que continuar y prepararme para cuando llegue el invierno.

Cada día una de sus rutinas era correr, el suelo estaba cubierto de una manto blanco, pero este no era ningún impedimento para variar su trabajo. Al final del camino estaba la cascada de agua, se introducía en ella y practicaba sus técnicas de puño, golpeando contra esa pared liquida que caía con fuerza. Su voluntad y fuerza se iban incrementando día a día.

Su entorno le abastecía del material suficiente como para buscar el reto diario. – Tengo que llegar a la cima de esa gran roca – se dijo, sabiendo que la nieve helada era algo que provocaría desestabilidad en cada movimiento.

Sus saltos e impulsos para ir subiendo la roca, no siempre daban el resultado que buscaba, las caídas y golpes ponían a prueba su perseverancia. Pero sus movimientos cada vez mejoraban en estabilidad, hasta que llego a su cima. No contento con ello volvió a buscar la cima una y otra vez, dominando así su seguridad de movimientos. Esta meta conseguida le sirvió para buscar rocas más grandes y desafíos más extremos.
Corriendo por el bosque encontró una roca suficientemente plana, donde practicaría sus golpes de puño. Antes de golpear directamente sobre piedra empezó a condicionar sus puños. Primero golpeando sobre tierra húmeda, después practico en guijarros. Encontró un tronco caído, utilizándolo como makiwara. Pasaron los meses, sus manos y pies se tornaron en mazas contundentes, con una piel curtida y encallecida.

Su pelo iba creciendo, donde antes había una cabeza sin pelo, ahora se lo tenía que apartar de la cara.

La práctica diaria de golpear esa roca plana, empezaba a ser un ritual, en ella se veía una parte más pulimentada, justo donde Mas clavaba sus nudillos.

Fuerte, fuerte, más fuerte – este pensamiento constante lo mantenía concentrado.

¡Crac!, sintió un pequeño sonido y su puño no había sido. Miro fijamente la roca, observando que esa parte plana ya no era tal, una pequeña grieta marcaba el lugar donde Mas impactaba sus puños. Esto lo animo a continuar, incrementando su potencia en cada impacto. No daba crédito a sus ojos, la roca se partió en dos.

Porque me ha pasado a mí, si me lo cuentan no lo creo ¡romper una roca con los puños!

Pasando unos días Mas decidió volver a Tokio, recogió sus bártulos y retorno a la civilización.

En un bar de Tokio se encontraban sus amigos, estos vieron a un individuo con mochila y pelo largo que se acercaba hacia ellos.

¿Mas? ¿eres tú? – este mostrando una sonrisa les hizo una señal, confirmando su acierto.

Pasaron los días y allí se encontraba Mas, preparado para competir, inscrito en el primer campeonato de Kárate de Japón. Mas observaba a los competidores que iban a participar, venían de todos los rincones del país. El éxito estaba asegurado, los luchadores de más renombre de la nación serian sus rivales.
Mas ahora con el pelo largo se lo tuvo que recoger y hacerse una coleta, para evitar que este le impidiera ver a sus adversarios.
Los combates que iba observando le confirmaba que habían karatecas con un alto nivel, quizá tan bueno como el suyo.

¿Estaré suficientemente preparado para hacer frente a estos guerreros? – Se preguntaba al verlos pelear.

Sus amigos lo zarandearon – Mas te están llamando desde la mesa central. Este fue rápidamente y le asignaron un tatami para su primer combate. En espera de su turno empezó a calentar.

El árbitro central dio la señal para entrar al tapiz. Mas se coloco en su sitio y realizo el saludo ritual a su adversario. A la señal de inicio se coloco en guardia, subiendo sus brazos y flexionando las piernas para conseguir mayor estabilidad. El adversario adopto su posición de kumite. Empezaron a desplazar uno alrededor del otro, buscando la oportunidad para iniciar el ataque. Mas se percato del acercamiento de su adversario, momento que aprovecho para realizar un amago con la pierna adelantada y lazar contundentemente su puño atrasado. La técnica penetro con tal fuerza, que se escucho un crujido. El contrincante se desplomo clavando las rodillas en el suelo, con los ojos desorbitados y la boca abierta, intentando respirar. El público quedo desconcertado por la rapidez de ejecución y su contundencia, apenas el combate había durado unos pocos segundos.

Al salir del tatami, los compañeros de Mas lo rodearon, felicitándole por su dominio. Pero este no estaba muy convencido.

Mi ejecución no ha sido perfecta, mi respiración no estaba bien equilibrada.
Venga Mas – dijo un amigo – No ha visto ni que técnica le ha ocasionado el K.O.

Los combates se fueron sucediendo. El rumor de que participaba un luchador con una efectividad fuera de lo normal dio un atractivo especial al torneo. Sus combates se contaban por K.O.s, los contrincantes no llegaban al final del tiempo asignado. Ese joven Karateca de 24 años estaba barriendo a todos sus adversarios.
Llego la final y allí estaba Mas. Este se coloco en la señal marcada en el tatami, saludando al árbitro y a su adversario. A la orden de inicio Mas adopto su postura de combate, sus ojos observaban al adversario, cualquier pequeño detalle podría significar una gran ventaja. Mas percibió que el contrincante confiaba demasiado en su movilidad y por ello tenía una guardia débil. En ese momento Oyama hizo un pequeño desplazamiento hacia la derecha para impulsarse hacia el lado contrario y golpear un gancho a las costillas con su puño izquierdo. El adversario izo una mueca y doblo el tronco, momento que Mas aprovecho para golpear de gancho con su puño derecho. Esta secuencia se repitió dos veces más, algo que provoco al adversario que bajara la guardia, momento ideal para subir esa pierna en un movimiento circular e impactar en la cabeza del contrincante. El hombre se desplomo, y aunque intentaba incorporarse le era imposible, los golpes de Mas fueron demoledores. El árbitro central declaro vencedor a MASUTATSU OYAMA.

Tengo que mejorar, lo podría haber hecho mucho mejor – decía Mas a su amigo. Mientras estaban como de costumbre reunidos en su parque.
Mas, nos has dejado a todos sorprendidos por tu trabajo – le contestaba su amigo.
El torneo ha sido positivo – contestaba Mas -. Pero me he dado cuenta que todavía debo seguir mejorando. Los adversarios me han durado demasiado, tengo que buscar mayor efectividad.
¿Más efectividad? – exclamaba su amigo -, cuando has arrasado en el Torneo con más prestigio de Japón. Sin duda eres el mejor luchador del país.
Supongo – replico Mas, con una mueca parecida a una sonrisa.

Al día siguiente iban a celebrar su victoria, en el restaurante donde tenían costumbre de reunirse.
Estaban riendo y comentando las anécdotas del campeonato, hablando de pequeños planes de futuro, haciendo tiempo hasta que apareciera Mas.
Finalmente vieron a través de la ventana, como iba llegando. Al entrar al restaurante se sentó junto al grupo. Todos se quedaron mirando a Mas ¡se había afeitado de nuevo la cabeza!
¿Qué pasa Mas? ¿no me digas que….?
Así es – dijo Masutatsu, antes de que su amigo terminara la frase – vuelvo a la montaña.

La leyenda de Masutatsu Oyama continuaba creciendo.

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